Inmediatamente después de haber escrito el post de abajo, conversaba con una amiga sobre Cousteau. Ella me preguntaba si había visto Aquatic Life, una parodia sobre mi héroe francés. Le contesté que no la había visto. Y lo peor fue que dijo: Véla, te gustaría. (Como si a los fanáticos de Spiderman les gustaría ver como ser burlan de su arácnido favorito). Yo entiendo que no hubo maldad en eso, pero me hizo pensar. Yo, sabiendo cuál sería la respuesta, dije: Seguro esa película es norteamericana; a lo que ella afirmó. Y de ahí nació mi frase: «Esos no se acuerdan de quiénes le regalaron la Estatua de la Libertad». Mi amiga diría: Bueno, aún así está nominada para las maravillas del mundo, y le va ganando votos a Machu Picchu. Los franceses -le dije- debieron hacer lo que los troyanos con su caballo de madera, y conquistar toda norteamérica. Dos mil franceses saliendo por la boca y saltando de la antorcha -diría ella-. Yo estaba extasiado imaginándolo todo.  

De esta conversación surge la maravillosa y utópica realidad (imaginaria) que me hizo ponerle título a este post: Si Estados Unidos fuera Francia… ¿cómo sería el mundo hoy? 

Golconde

Pintura de René Magritte, Golconde.

Yo la titulo: Franceses poseyendo USA.

Héroe

Uno 

Los últimos días leo con mayor intensidad «El Camino de Swan», primer libro de la ‘saga’ «En busca del tiempo perdido», de Marcel Proust. Esto me ha producido un intermitente cuestionamiento sobre mi infancia. ¿Qué juguetes tenía? ¿Cuál fue el primer libro que leí? ¿Qué sensaciones empezaban a desagradarme, las comidas, los olores, qué lugares frecuentaba, qué pensaba de mi futuro? ¿Pensaba sobre aquello? ¿Cuáles eran mis dibujos animados favoritos? ¿Quién era mi héroe, a quién admiraba o como quién quería ser? A esta última pregunta le tomé un cariño bastante paterno y lo acariciaba antes de acostarme.

¿Como quién quería ser yo cuando era niño? Entonces recordé las madrugadas en las que sin sueño sintonizaba en el canal 4 a Jacques Cousteau y su «mundo donde no sale el sol». En esos momentos, claro, yo quedaba hipnotizado frente al televisor, sin cuestionarme mucho sobre lo que veía. Recuerdo la traducción débil al español sobre el francés de los tripulantes del Calypso, de la misma manera se me viene la imagen de Cousteau, un anciano de nariz de iceberg, con chullo rojo de lana, polo de mimo, blanco y negro a rayas y un abrigo, seguramente, más pesado que él y sus no más de 70 kilos. Recuerdo la utópica profundidad del mar, la «azulidad verdosa» o viceversa, que mostraba la vieja cámara de esos tiempos, y alguna aventura sobre vivir por algo de un mes -talvez sea más- en una base bajo el mar. Y recuerdo aquella pregunta siempre tomada a la broma que me hacía cuando leí que a Cortázar le preguntó una señora: ¿Qué grandes acontecimientos le ha tocado vivir a usted? Ahora yo tengo una respuesta, que antes no sabía. Y sin duda es el Aqua-Lung o ‘Pulmón para agua’ inventado por Cousteau.

cousteau

Dos

(Borges decía que la memoria que eran espejos rotos dentro de nuestra mente. Es gracioso decirlo, pero seguro me falla la memoria, y no es precisamente así. Finalmente se entiende.)

Acabo de recordar -antes de ahorcar con el paréntesis a las palabras de arriba- que uno de mis juguetes favoritos, varios años después de haber visto a Cousteau en las profundidades de algún lejano mar, fue un buzo de maya negra con aletas, aqua-lung y lentes naranjas. Yo tenía nueve años, estaba en un hotel de Tacna y llenaba la tina para comenzar a jugar mientras me bañaba. Hacía olas dentro de la bañera, moviendo el agua hacia adelante, que luego volvía, y yo nuevamente golpeaba, y cuando había creado el caos total de mi océano imaginario, giraba la cuerda al Cousteau de plástico y lo sumergía, dejándolo suelto, moviendo sus piernas plásticas, en la peor Costa Verde que existe.

Pasado los años, en cuarto de secundaria, tenía en la mente varias profesiones, cada una más imposible que la otra, ahora que creo conocer mis habilidades y mis debilidades académicas. Comenzando por medicina humana y continuar los pasos de mi padre, pasando por estudiar artes plásticas y terminando en biología marina. Respecto a la última posibilidad persuadí a mis padres, me convencí a mi mismo y averigüé hasta el cansancio lo necesario y lo innecesario.

Cosas como que en el Perú sería casi imposible conseguir un puesto en algún lugar, que si lo conseguía sería en la Marina de Guerra y que si lo lograba esto se debía a la posible muerte, desaparición o despido repentino (y milagroso) de la sobrina de alguna conocida casi prima de mi madre que ocupaba el puesto de bióloga marina. Por último salir del país a costa norteamericana. Entonces desistí.

Sin embargo nunca me cuestioné por qué había elegido esa profesión, que debía ir seguramente más allá de mi pasión, bastante superficial creo yo, por el mar, los pingüinos y los barcos; aficiones adquiridas después de haber visto los documentales de Cousteau, mas nunca promovidas por mis padres -al igual que el arte o la creación literaria-.

Si tuviera que elegir un cuadro de la casa más grande que tuve sería el de una ola reventando violentamente, donde muchas veces me ahogaba mirándola. Si tuviera que elegir un juguete escogería dos: una escalera mecánica -como la de los centro comerciales- por donde subían incansables pingüinos, uno tras del otro; y aquel buzo naranja y negro de la bañera de Tacna. Si tengo que mencionar alguna revista que coleccionaba de niño diría que fue la de un pingüino llamado Petete -y que lo conseguía en el quiosco que todavía existe en la calle San Martín con la avenida Larco-.

Pero si tuviera que escoger a un héroe de mi infancia con la consciencia de mis 23 años, sería a Jacques Cousteau, por su ingenua influencia en la vida de un niño limeño que empezaba a ser insomne a los cinco años de edad.

Tres 

Si nos damos cuenta, incoscientemente, la influencia está también en el propio nombre de este blog: La oceanografía del aburrimiento.

(Sueño de esta madrugada)

Emergí rodeado de burbujas y deshechos en Marbella desde lo más profundo, el peor mar de la Costa Verde. Largué un aliento que sostenía mi vida milagrosamente. No era consciente de lo sucedido, mi hermana flotaba lejos. Nadé hacia ella, estaba bien y comenzamos a intentar salir. No sabía de qué se trataba, por qué había aparecido ahí. En silencio sentía como la basura me rozaba. Debía salvar mi vida y la de ella. Pisamos orilla rápidamente y nos fuimos caminando a casa en silencio. Se volvió de noche, ninguno podía recordar nada de lo sucedido. Encendimos la televisión, en el noticiario decían: “Un avión esta mañana ha caído sobre la Costa Verde”. Entonces pudimos recordarlo todo.

Diálogo (I)

abril 19, 2007

          ¿Sabes qué pensaba cuando te acompañé a casa por última vez hace once años?

          Dime.

          A esa edad yo pensaba que la prueba de que uno se estaba enamorando era cuando se comenzaban a arrastrar las manos por las paredes.

          ¡Qué dices! – se reía –. Tú tenías once y yo trece.

          Sí, pero alguna vez creí que podría alcanzarte en edad, no sé bajo cuál fórmula.

Este post nace de dos hechos paranormales en mi habitación.

(Ahora literalmente escribo con miedo, pero con uno diferente del normal, que es con el que escribo comúnmente y me resulta divertido. Bueno, este no es divertido).

Primer hecho, que sucedió hace dos horas (?): Suenan mis lentes como si los hubieran tirado sobre mi velador, específicamente sobre la Rayuela de Córtazar, que está sobre mi velador (pero ya no lo leo, sino solo lo aprendo).

Segundo hecho, que acaba de ocurrir hace no más de 5 minutos: Mi espejo cae de la pared sin razón alguna.

Para evitar el miedo, natural y naturalmente, pienso en cualquier cosa. Y del segundo hecho se me ocurre algo surrealista para un cuento:

«Un espejo sostiene todo lo que se refleja en él, en el caso de mi espejo, sostenía, un ropero empotrado con cuatro cajones llenos de ropa, varios libros en dos libreros, una pizarra, mi computadora, su mueble, mi taza, la botella de agua, la mitad del televisor, mi silla y a mí sentado de la cintura hacia arriba, dos parlantes, las paredes, la puerta con pestillo, mis cigarros, el cenicero, una lámpara encendida, pinceles, plumones, lapiceros, lápices, un encendedor, una cámara web, almohadas, frascos de colonias, un juego de mesa, etcétera… El espejo ha podido romperse. Y digamos que se haya roto. Entonces, mi espejo se rompió, sin embargo (podría considerarse mágico) los objetos que estaban dentro siguen intactos en su realidad, a pesar de …»

(Cosas que pasan cuando uno se pone a investigar sobre el Conde de Lautremont, su partida de nacimiento y su libro de Maldoror -pienso-. Le hubiera puesto más interes a Bretón, pero no importa, lo del espejo además de asustarme, ahora podría decir que me gustó.)

Ahora a dormir, (si Lautremont quiere).

(Eliza, ya no más historias de terror tomando café en el faro, lo prometo).