Hoy intentaba recordar la música que había perdido con la vieja PC, por los abrumadores triunfos de cuanto virus existieron en mi humildísima Pentium 2. Ahora, me refiero a los últimos meses, busco música experimental, con el único afán de sorprenderme por la creatividad e ingenio de los músicos, sin alejar el oído demasiado, los que me conocen sabrán de esto, de Joaquín Sabina.

Portishead, Massive Atack, CocoRosie o The Postal Service son algunos de los grupos que han pasado a formar parte del ambiente místico/literario de mi habitación. Como me diagnosticaba una amiga acertadamente en una conversación: «A tí te importa más la forma (sonidos) que el fondo (letra).» Luego de esto, cogí el recetario para mi cura, lo hice un bollo de papel y lo encesté en el tacho.

Esta nueva música no me produce ninguna sensación particular que vaya más allá de la sorpresa y de mi egocentrismo creativo en decadencia. No me traen ningún rostro, ni el sabor de un café caliente. Ni siquiera un par de ojos, besos como reos contumaces o una mano repatriada a la mía.

Entonces regreso. Hoy intentaba recordar la música que había perdido con la vieja PC, por los abrumadores triunfos de cuanto virus existieron en mi humildísima Pentium 2. Entre ellas algunas canciones de Joan Manuel Serrat o Luis Eduardo Aute; Sgt. Pepper de los Beatles, Old habits die hard de Jagger, Otro jueves cobarde de Sabina con los Caballeros de la quema, entre otros; que sí me traían, y traen todavía, algunos sensatos recuerdos, ojalá, imborrables.

Sin embargo una que otra canción de Mikel Erentxun me traen los recuerdos más agradables vividos con una extranjera que conocí a los once años. La historia es bien sabida por mis amigos. Luego nos reencontramos por cortos plazos de tiempo, pero en este caso, la forma no me interesó tanto como el fondo. Las letras de Erentxun me traen recuerdos de aquellas épocas: imágenes, olores, formas de hablar, sabores de cafés, de pizzas, programas noventeros de televisión, texturas de viejos sillones de casa, despedidas improvisadas, puntuales tardanzas y tímidos reencuentros.

Aquella mujer, extranjera, pero nacionalizada por mí; escribiría en mi correo algo que nunca superaría ni los mejores escritores: Después de desaparecer decido regresar. Lima, tierra colonial de todos mis amores me ven nuevamente pisando su asfalto. Entre misterios y entusiasmos deseo descubrir caminos donde la contingencia encuentren casa y sentido. Me dirás qué opinas. 

Aquel día no respondí nada. Salí a pisar aquel asflalto al que se refería, pensando y fumando, sin desear llegar a ninguna parte sino hasta un segundo antes de que se me acabaran todas las respuestas que podría regresarle sin parecer muy entusiasmado ni demasiado indiferente. Aún quedaba en mí resquicias de orgullo. Pensé que todo el tiempo en que había desaparecido, casi diez años, había valido la pena no olvidarla. Le respondí algo parecido a esto: Dime cuándo llegas, para celebrarte todas las bienvenidas que nos faltaron.

Ella llegó y aquella historia es otra. A lo quería llegar era que soy de los que clasifican los momentos y las personas por canciones. El problema es que cuando sé que comenzaré hablando de «Ella», termino escribiendo con los tropismos que aún le pertenecen. Y caigo en el rosado abismo de lo cursi. Es por eso que el título del post lo puse antes de escribir todo esto, pues ya sabía cómo llegaría al punto final.

Las siguientes canciones me recuerdan a Ella (entre otras). Y, al propósito: son en estos post, que me dan ganas de agradecer a los lectores, por haberlo terminado de leer. Muchas gracias.

(Foto de arriba: Ella y su mano, con flores en París.)